Discurso de SS Benedicto
XVI
Al
Señor Ji-Young Francisco Kim.
Nuevo
Embajador de Corea ante La Santa Sede
11
de octubre de 2007
Excelencia:
Me complace
darle la bienvenida al Vaticano para recibir las cartas credenciales con las que
el presidente de la
República de Corea lo ha designado embajador extraordinario y
plenipotenciario ante la
Santa Sede. Aprovecho esta ocasión para renovar la expresión de
mi respeto y mi profundo afecto por el pueblo coreano, y le ruego que transmita
al presidente Roh Moo-hyun y a todos sus conciudadanos mis mejores deseos de paz
y prosperidad para su nación.
Su
excelencia ha puesto de relieve el notable crecimiento de la Iglesia católica en su
país, debido en gran parte al ejemplo heroico de hombres y mujeres cuya fe los
ha llevado a dar su vida por Cristo y por sus hermanos y hermanas. Su sacrificio
nos recuerda que ningún precio es demasiado alto para perseverar con fidelidad
en la verdad. Lamentablemente, en nuestro mundo contemporáneo, pluralista,
algunos ponen en tela de juicio o incluso niegan la importancia de la verdad.
Pero la verdad objetiva es la única base segura para la cohesión social. La
verdad no depende del consenso, sino que lo precede y lo hace posible, generando
auténtica solidaridad humana.
La
Iglesia, siempre
consciente de la fuerza de la verdad para unir a las personas y siempre atenta
al deseo irreprimible de la humanidad de una convivencia pacífica, se esfuerza
con empeño por fortalecer la concordia y la armonía social tanto en la vida
eclesial como en la civil, proclamando la verdad sobre la persona humana tal
como es conocida por la razón natural y plenamente manifestada mediante la
revelación divina.
Excelencia,
la comunidad internacional se une a los ciudadanos de su país en sus elevadas
aspiraciones a una nueva paz en la península coreana y en toda la región.
Aprovecho esta ocasión para reiterar el apoyo de la Santa Sede a toda iniciativa que
tienda a una reconciliación sincera y duradera, poniendo fin a la enemistad y a
las reivindicaciones aún por resolver. El progreso auténtico se construye con
actitudes de honradez y verdad.
Felicito a
su país por los esfuerzos encaminados a fomentar un diálogo fructuoso y abierto,
mientras se trabaja simultáneamente por aliviar el dolor de quienes sufren por
las heridas de la división y la desconfianza. En verdad, toda nación participa
en la responsabilidad de garantizar un mundo más estable y seguro. Albergo la
ferviente esperanza de que la participación permanente de los diversos países
implicados en el proceso de negociación lleve al cese de programas concebidos
para desarrollar y producir armas con un potencial tremendo de destrucción
indecible.
Su país ha
logrado notables éxitos en la investigación científica y en el desarrollo. Entre
ellos destacan los avances en biotecnología, que pueden tratar y curar
enfermedades, además de mejorar la calidad de vida en su país y en otras partes.
Los descubrimientos en este campo invitan al hombre a una conciencia más
profunda de las importantes responsabilidades que implica su aplicación. El uso
que la sociedad espera hacer de la ciencia biomédica debe medirse constantemente
con sólidos y firmes modelos éticos (cf. Discurso a la Academia
pontificia de ciencias,
6 de
noviembre de 2006).
El más
importante de ellos es la dignidad de la vida humana, por la cual de ninguna
manera se puede manipular o tratar un ser humano como un mero instrumento para
la experimentación. La destrucción de embriones humanos, tanto para obtener
células madre como con cualquier otra finalidad, contradice la supuesta
intención de investigadores, legisladores y funcionarios de salud
pública, de promover el bienestar humano.
La
Iglesia no duda en
aprobar e incentivar la investigación con células madre somáticas, no sólo por
los resultados favorables obtenidos mediante estos métodos alternativos, sino
también, lo que es más importante, porque están en armonía con la intención,
mencionada anteriormente, de respetar la vida del ser humano en todas las etapas
de su existencia (cf. Discurso a la Academia
pontificia con ocasión de un congreso sobre la vida,
16 de septiembre de 2006). Señor embajador, pido a Dios que la sensibilidad
moral propia del pueblo coreano, demostrada por su rechazo de la clonación
humana y de los procesos relacionados con ella, ayude a la comunidad
internacional a estar en armonía con las profundas implicaciones éticas y
sociales de la investigación científica y de su utilización.
La
promoción de la dignidad humana también impulsa a las autoridades públicas a
garantizar que los jóvenes reciban una sana educación. Las escuelas basadas en
la fe pueden contribuir en gran medida a este respecto. Incumbe a los gobiernos
brindar a los padres la oportunidad de enviar a sus hijos a escuelas religiosas,
facilitando el establecimiento y la financiación de dichas instituciones. En la
medida de lo posible, los subsidios públicos deberían eximir a los padres de una
excesiva carga económica que limita su capacidad de elegir los medios más
idóneos para la educación de sus hijos.
Las
escuelas católicas y las demás escuelas religiosas deberían gozar de un
apropiado espacio de libertad para proyectar y llevar a la práctica currículos
que alimenten la vida del espíritu, sin la cual la vida de la mente se deforma
seriamente. Exhorto a la
Iglesia y a los líderes civiles a proseguir con espíritu de
cooperación para garantizar un futuro a la educación católica en su país, que
contribuirá a la maduración moral e intelectual de las generaciones más jóvenes,
en beneficio de toda la sociedad.
Excelencia,
en esta feliz ocasión del comienzo de su misión, le aseguro que la Santa Sede y sus
diferentes oficinas siempre estarán dispuestas a ayudarle en el cumplimiento de
sus funciones. Invoco las bendiciones divinas sobre usted, sobre su familia y
sobre la población de su país, que en este momento ocupa un lugar especial en
mis pensamientos y en mis oraciones.
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